domingo, agosto 14, 2005

Una Nueva Humanidad 1
el poder al ciudadano

Mientras esperaba que me atendieran en un local de fotocopiado, justo frente a mí, estaba un muchacho trabajando en un computador. Con una edad no mayor a unos 18 años, escuchaba seguro algo de rock con unos audífonos y a la vez masticaba un chicle. Me percaté de su presencia frente a mí justamente cuando interrumpió su tarea para atender su bullicioso celular.

Mascar chicle, escuchar música personal y usar teléfono portátil no solo requerían niveles de vida que sus padres chilenos no tuvieron a esa edad, sino que también implican una familiarización con tecnologías insospechadas. Pero, eso era sólo la punta del iceberg.



Contestada la llamada, reanudó su tarea: clickeó unas fotografías digitales que editó con Adobe Photoshop, las insertó luego en una documento creado con Freehand, las diagramó junto a un texto pegado desde un archivo de Word, al parecer bajó una parte de la información de su tarea que tenía en su correo electrónico, luego de una vista previa y algunos ajustes imprimió un documento a todo color.

Lo que ese muchacho realizó entre los globitos de su chicle y su errático meneo siguiendo el ritmo del rock en sus orejas, es más sorprendente que el despegue del Transbordador espacial: es una evidencia de un cambio casi tan radical en la especie humana como lo fue el surgimiento del lenguaje, la escritura, la imprenta. Ese joven realizó allí, como uno más de los sujetos que trabajan en ese lugar, una tarea percibida como rutinaria por sus pares, pero que contemplada con un poco de perspectiva era sorprendente. El sólo realizó una serie de tareas de por si complejas: editar fotografías, redactar, diagramar, seleccionar, ordenar e hilar información, elegir tipografía, revisar ortografía, elaborar un documento y luego imprimirlo.

Estas tareas hace 10 años, por no decir 20 sólo habrían sido posibles para varios equipos de trabajadores experimentados: tipógrafos, diagramadores, fotógrafos, correctores de pruebas, editores, etc.

Lo sorprendente es el enorme poder que ese muchacho tiene: no sólo puede leer y escribir (poder que monopolizaron durante miles de años las dinastías egipcias, chinas, mayas o la Iglesia Católica), el puede leer, escribir y publicar libros (no necesita ser de país dominante, no necesita peregrinar de editor en editor, no necesita una fortuna para hacer e imprimir el libro), tiene acceso a la más perfecta biblioteca inventada por el hombre ( Internet, ya no la prolongación de la palabra sino de la propia mente humana, disponible ahí, a un click del mouse), tiene en su computador no sólo un almacén para transportar sus datos, herramientas y sus trabajos sino también un medio para gestionarlos fácilmente: puede reproducir, aumentar, conservar, ordenar, intercambiar todo lo que se le antoje.

En ninguna época de la historia humana, el hombre común y corriente, tuvo tanto poder en su mano. Frente a ese sujeto, ese ciudadano no hay imperio, no hay dinastía ni institución eterna o intocable. La pose desafiante de la golondrina de la foto, parada en el aviso, se le parece un poco.



Ese sujeto representa otra humanidad, un cambio radical en la supervivencia de la especie. Mientras él teclea y clickea en su computador, en el rincón del local de la fotocopiadora, allá afuera, el Estado civil, la Iglesia, las escuelas, las Universidades siguen luchando por su supervivencia creyendo que las mismas condiciones que explicaron su surgimiento hace siglos son las que tendrán que sustentarlas mañana.

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