miércoles, agosto 02, 2006



Un pueblo abandonado que vive por un día:
la lucha contra el olvido

A diferencia del futuro, al cual le reconocemos su naturaleza incierta y sorpresiva, al pasado le exigimos seguridad; esa una certeza que necesitamos, no una verdad realmente sólida. Lo único sólido del pasado, es el barniz o el polvo que cubre los libros de historia. Necesitamos ese pasado indiscutible como el punto de apoyo desde el cual tratamos de ver el futuro y construir nuestra identidad: como en un modelo matemático, necesitamos al menos un supuesto que no requiera demostración, o al menos un flanco o retaguardia segura para salir a combatir tranquilos.

Cada vez que aparece una incertidumbre, recurrimos al pasado tratando de encontrar la pieza que le falta al puzzle, como buscando el equilibrio. Eso se traduce en que las sociedades humanas hacen cualquier cosa por construirse ese pasado, no pueden mirar el futuro sin él. Cuando no haya temor no será necesaria la historia, lo dijo primero Hegel, lo repitió después Marx, y más recientemente, Fukuyama.



En pleno desierto del norte chileno hay un ejemplo particularmente ilustrativo de esa voluntad colectiva por no perder el pasado: los antiguos habitantes del pueblo salitrero Oficina Pedro de Valdivia, Región de Antofagasta.

Se trata de uno de los últimos pueblos abandonados, de los cientos de pueblos salitreros y mineros del norte que se quedaron vacíos, de los miles en esa condición a lo largo de toda América latina, y del planeta entero, muchos de ellos verdaderas metrópolis de grandes civilizaciones como las de Meso América y el Alto Perú.

Durante todo el año el pueblo (en las fotos) es un fantasma visitado por el viento, los recuerdos y las ánimas que penan en la noche de la pampa salitrera. La única presencia humana permanente es un solitario cuidador, Benito Rojo Pastene, tan viejo y tan frágil como lo recuerdos que cuida.

Pero periódicamente, cada 6 de junio, todo cambia, se produce un hecho casi mágico: cientos de personas, adultos, jóvenes, ancianos y niños aparecen de todas partes y rememoran por un día la vida normal que llevaban allí, hasta que en 1996 tuvieron que marcharse en un destierro perpetuo, su propia diápora.

Llegan familias completas que asean las casas, pintan edificios, riegan la plaza, cocinan y hacen un ritual de vivir en los restos de sus antiguas viviendas. Organizan encuentros deportivos, un desfile cívico, una misa, y escuchan radio o - si hay alguna fecha importante- ven partidos de fútbol en la TV, tal como consideran que sería su vida normal en el pueblo que abandonaron, por una decisión ajena, de la empresa dueña del pueblo y del yacimiento salitrero. Es una puesta en escena donde la regla es ser lo más verdaderamente un habitante de pueblo vivo.

Los "pedrinos" tienen una identidad que cuidan religiosamente, en el exacto sentido etimológico de la palabra religión: los mantiene ligados: tienen clubes deportivos y sociales, sitios y foros en Internet, bares que frecuentan, y por sobre todo tienen el 6 de junio, transformado en el evento cardinal de su identidad. Ellos vivieron - dicen- eso de que su mundo fue roto ante sus ojos, el lugar donde nacieron, los rituales, las amistades, desaparecieron de manera violenta.

Para ellos revivir aunque sea por una única jornada la vida de su pueblo es un tributo a lo que les dio, es un acto simbólico y mágico donde a su manera pueden sentir que fue verdadero, que pueden unidos revertir la insólita desaparición que sembró para siempre la duda en ellos.

Las sociedades "normales", como la propia historia, no saben que olvidan: lo que no se ve, no puede verse. La entropía que borra los restos de pueblos y civilizaciones, borra también la memoria, pero para los "pedrinos" el drama es que ellos ven la acción de esa extinción año a año en los restos del mundo que vivieron: el sol, el viento, el polvo de las faenas remotas, el robo, y el tiempo mismo, van realizando inexorablemente su tarea.

Como en una obra de teatro cuando se apaga la luz, cuando se pone el sol en el horizonte del 6 de junio en el desierto, la tristeza de la despedida les llega a todos; aunque tozudos como un Sísifo, que jamás se rinde aunqe nunca gana, se llevan las tareas de reparación del pueblo que acometerán para el próximo año. Pero por sobre todo se llevan la satisfacción de confirmar que tienen un lugar donde de verdad nacieron y vivieron, es la certeza que les da su victoria anual sobre el olvido.

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6 Comments:

Blogger calli said...

El arraigo se instala dentro de nuestras vidas, como un objetivo subversivo, nos tratamos de olvidar, tratamos de ser nomades, pero nuestro presente se construye tomand oconsciencia de nuestro pasado... y este pueblo manifiesta ese sentido de pertenencia humana.

1:19 p. m.  
Blogger BELMAR said...

Luego de mojar su pálido rostro y ordenarse frente a un espejo roto y sucio, se deslizó por la calle desierta hasta el bar en donde sus compañeros de toda la vida continuaban poetizando el hígado y disfrutando de una delicada melodía jazz.
Entró al viejo local, besó a cada uno en la mejilla y volvió a la calle en silencio. Continuó sin prisa hacia su destino, sin dejar nada al azar: orinó en la puerta del Museo y se alejó por entre casas y escombros mientras recordaba los tiempos de La Internacional.
Fue desde aquel frío amanecer que nadie volvió a ver su caminar inexacto por las calles de la ciudad...

10:51 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Todos queremos volver a nuestro pasado, vivirlo denuevo.Aun mas cuando tememos que ese recuerdo se pueda extinguir y sea solo parte de una historia contada a medias

3:56 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Profesor:
Muy bueno su articulo, me gustaria leer mas...
Atte
Elba Quijanes

10:35 p. m.  
Blogger Unknown said...

hola profe....!!
actualice su blog... soy la pamela de biologia upla.. no se si e acuerde de mi... pero igual lo saludo!!

eso.. chau!

8:05 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

"El presente es la viviente suma total del pasado".
Thomas Carlyle , historiador y ensayista escocés

7:31 p. m.  

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