La especie humana se jugó todas sus cartas al conocimiento; en su evolución natural abandonó recursos como cuerpos fuertes, garras, pezuñas, velocidad, instintos, a cambio de la adaptación más intangible, frágil y ubicua: la cultura. Con esta creación colectiva transgeneracional ganó la lucha por la supervivencia.
La cultura es conocimiento, y así como el conocimiento dio el poder a la especie, lo da a las sociedades, los grupos. La historia de las civilizaciones humanas, es otro testimonio de ello.
Durante casi mil años la Iglesia católica mantuvo el monopolio de la lecto escritura, ello le dio un poder incontrarrestable, hasta que la lectura se liberó en el siglo XV de los templos y monasterios con la invención de la imprenta y la divulgación de los libros, partiendo por la misma Biblia. Ningún enemigo, ninguna herejía, ninguna reforma pudo dar un golpe más letal a mil años de dominio.
Pero la propia Europa y su historia es por si misma otra demostración de la ventaja de optar por el conocimiento; como civilización fue la gran vencedora del II milenio: rayó la cancha no sólo en términos económicos (perfeccionando el mercado basado en el uso del dinero y la escritura) y militares (creó los ejércitos profesionales, pasó de las armas de fuerza a las de ciencia e inteligencia ), si no especialmente en creaciones culturales que se extienden y consolidan por el resto del mundo: la institucionalidad democrática, el derecho, la ciencia, la escuela pública, la música culta y popular, el arte, sus idiomas (primero el latín y luego inglés),etc.
Por supuesto que recogió aportes de sociedades vecinas y pueblos que invadió o la invadieron no siempre en forma violenta; también protagonizó largos periodos de oscurantismo y atrocidades fuera y adentro de sus territorios, pero, más que ninguna civilización conocida, Europa se jugó a la larga por el conocimiento y la razón.
La religión cristiana le dio una causa común, que fue fortalecida por una organización eclesial autoritaria centrada en la figura del Papa. Al personalizar la autoridad espiritual más alta en el mundo terrenal, el papado, le dio no sólo normas universales que contribuyeron a mantener la unidad doctrinaria y ritual, sino que también contribuyó estimular la libertad para pensar, fuera de la iglesia, las cosas mundanas, dejándole a Dios lo que es de Dios.
Ello preparó la separación de la Iglesia y el Estado, pero también fue un temprano y definitivo golpe a la autoridad religiosa sobre las cosas del mundo: no existe antecedente de sociedad antecesora que no haya hecho del gobernante la divinidad, o su representante preferencial y de la religión, la fuente privilegiada de la sabiduría.
Aun con los altibajos y etapas de oscuridad, nunca una civilización humana protagonizó y estimuló más el hábito de pensar, leer, discutir de todo; pudo llenar tantas páginas de su historia con los detalles de la vida y obra de sus sabios, pensadores, políticos, artistas, viajeros, sus academias y universidades, sus movimientos filosóficos, artísticos, políticos. La presencia habitual de naturalistas, estudiosos y artistas acompañando sus expediciones armadas alrededor del mundo, fue más permanente que la de religiosos, y tuvo un impacto imborrable en la historia.
La fuerza del conocimiento de este continente se evidencia en su capacidad para reconstruirse de sus catástrofes: como pudo levantarse, y en mucho mejores condiciones, después de la Segunda Guerra Mundial.
África recibe cada año más dinero como ayuda económica que la que recibió Europa en la década que siguió al colapso de la Segunda Guerra. Pero todas las decenas de millones de dólares que le envía el mundo, en especial los países desarrollados (el grupo G8, 52.000 millones de dólares a partir del 2002, que deben sumarse a la ayuda no gubernamental y restarse de la corrección monetaria de la inflación acumulada, p.e.) no provoca mejoramientos significativos. Incluso gran parte del continente vive hoy peor que hace cincuenta años.
El analfabetismo y baja escolaridad de gran parte de su población está directamente asociado con que la ayuda exterior termine alimentando el enriquecimiento y la corrupción de minorías privilegiadas, y financiando interminables guerras, el armamentismo de grupos tribales y caudillos ambiciosos.
Con mucho menos ayuda externa, Europa inició su reconstrucción; se calcula que en total el apoyo de EEUU a través del Plan Marshall supuso una ayuda de crediticia de 13.000 millones de dólares entre 1947 y 1952 (Wikipedia). A fines de los años cincuenta Europa alcanzó niveles de vida muy superiores a los de la pre-guerra, como un ave Fénix renació mejor después de su crisis.
La escolaridad, la educación, los siglos de cultivo de la inteligencia, no la protegieron completamente de sus errores, pero por sobre todo la ayudan para cometer menos, y en especial aprender de ellos.
El ejemplo no puede ser más contundente: por un lado, con educación y sin la ayuda externa Europa, igual se habría reconstruido; le habría tomado más esfuerzos y tiempo. Por el otro, África puede recibir todo el dinero, toda la ayuda económica, pero sin educación parece servirle de nada: lo que parece ganar en un aspecto, abre peores problemas en otras áreas (las interminables tragedias de millones de habitantes de los países subsharianos y el Cuerno de África, p.e. International Institute for Strategic Studies ).
Con una buena educación se puede perder todos los bienes materiales, pero es posible recuperarlos, y mejorarlos. Sin educación, ni siquiera es posible mantener lo mucho o poco que se reciba. La educación hace fuertes a los débiles, los dota de verdaderas armas para defenderse por si mismos: los emancipa de demagogos, líderes y caudillos corruptos, mejora sus hábitos de convivencia y su calidad de vida, los potencia para aprender más, los libera.
Todo nos conduce a la conclusión casi obvia: la educación es la verdadera riqueza, no hay meta de país más legítima que la educación de calidad para todos: un pueblo educado, produce más conocimiento, aprende aún más, es más respetuoso, vigilante y feliz. Como decían los abuelos: "la mejor herencia es una buena educación para los hijos", también lo es a nivel de nación, para las nuevas - y actuales - generaciones.
* Foto: Casa Pueblo, Punta Ballena, Uruguay, 2008.
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